POEMANÍA
la manía del poema…
Hoja literaria de aparición virtual
Nº 91/2007
“Cada poema es único. En cada obra late,
con mayor o menor grado, toda la poesía.
Cada lector busca algo en el poema.
Y no es insólito que lo encuentre:
ya lo llevaba dentro...”
Octavio Paz
Poeta invitada: ANGELA REYES (*)
De Viaje a la mañana, 1987
EL MURO, CASI CIEGO Y RECLINADO
hacia un huerto de luz y hierbaluisa;
las górgolas, dos tigres que en sus fauces
llevan esquirlas de la infancia,
y el mar, llamando cada noche
en esa puerta,
apostado en su quicio
como un perro sin amo.
Nadie vive allí dentro.
Nadie irrumpe en el porche con un temblor de enaguas.
No existe la vejez del vino
y en los cristales
ninguna frente viene a dormir pensamientos.
Día a día, la araña va cerrando
el ojo del farol
y el viento, mucho más que amante,
se abrocha con un beso
al creciente verdín de las columnas.
Y entre tanto abandono y tanto olvido,
dos árboles se asoman al balcón,
nos saludan,
nos miran desde la madera
y flagelan la tarde con sus lacios cabellos.
De Lázaro dudaba, 1987
ESTA NOCHE HE SENTIDO
el roce de tus dedos en mi puerta,
siempre cerrada.
Me has llamado
desde el mural del viento
y tu angustia rodó conmigo
a la estación de la abstinencia.
Hoy te digo, María,
que ha llegado el momento de correr las cortinas
y dejar mis sandalias
en el rincón de los que nunca vuelven.
Ensombrece mi espejo
y ahorca de la encina mi sudario,
que para mí noviembre
ha reclinado su cabeza.
Yo no sé cuánto tiempo jugaré
a estar perdido
con la lluvia tensándome los nervios
y en los ojos un coágulo de sangre
que no llegó a desvanecerse.
Reduce pues el brillo de mis velas
pues soy la densidad sin forma,
apenas roce,
un fémur solitario
que por instinto llora bajo el sol.
De Cartas a Ulises de una mujer que vive sola, 1991
ESTÁ MI TIEMPO ACOMODADO
entre el amor y el desaliento.
Cada día,
con la memoria más pequeña
y la mirada más pendiente de la mar,
atiendo la gangrena de esta casa
que se me muere
por donde ayer solíamos
entrecruzar las velas de la carne.
Ya no rezo,
no corrijo la arruga que va del labio al alma,
ni me sorprende si la mano izquierda enloquecida parte
allá donde declinan las palomas.
Todo está por hacer:
desde morir
hasta plegar tu traje que de tanta quietud
se queja de la nuca.
Todo viene bajando por mi espalda
como río que parte hacia lo oscuro,
y quedo sola
sin la vejez de tus zapatos,
sin el olor a sal de tus axilas,
sin tu abrigo muriendo en el perchero.
Quedo sola,
como mujer de la fotografía,
con la raya del pelo bien trazada,
la blusa haciendo frente al tiempo-sepia
y en los párpados,
y en la boca,
dolorida la música que cantan los ausentes.
De La niña azul, 1991
LA TARDE QUE MURIÓ LA NIÑA AZUL
el otoño rozó el bronce de la aldaba.
Quemaba el aire
como beso de novio a punto de partir
y allá,
en ese sitio en donde octubre
le da a la uva su color de incendio,
un perro de testuz viajera
ladró con un sonido casi humano.
Era una tarde
que compartía la vejez con la orfandad de la retama
cuando murió la niña azul.
Su casa daba al mar
y el mar, desarraigando su posición yacente,
llegó tal un muchacho
y le besó en la boca conocida.
Luego,
con ánimo de ir donde ella fuera,
enlutecióse
y no se hizo otra cosa
más que delta viril
que buscaba refugio en su pálido cuello.
(Nada me asusta tanto
como cerrar los ojos
y verlos replegados bajo la misma piel,
yéndose de la mano
para heredar la última sonrisa).
De Breviario para un recuerdo, 1993
EL VERANO ANTERIOR,
Josefina Manresa había comprado
unos metros de encaje de bolillos
y un frasco de almendrado aceite que suavizaba el agua.
Aprendió a empequeñecerse el talle
desde que oyó decir
que por una cintura desvalida
trepaba fácilmente la pasión.
En marzo nueve,
ella había cosido dos diminutos lirios de organdí
en el extremo de sus ligas.
Y en una alcoba no lejana
su camisón de muselina
estaba amaestrado para desabrocharse fácilmente,
para caer rendido al suelo
lleno de pliegues.
También la blusa, y el chaquetón de pana,
y hasta las medias de algodón, sabían
que aquella noche dormirían mirando a la pared,
apenas se iniciara la más dulce tormenta
bajo la colcha rosa pálido.
De Carméndula, 2000
HAY MUJERES QUE NUNCA SE ASOMARON
a los ojos de un hombre
y viven
sin conocer al ángel-gladiador
que, espada en mano, habita
en la planicie gris de la mirada.
Yo conozco a tu ángel, recolector de menta.
Lo vi en esa noche única,
en una noche que vivirla quisimos otras veces
para enjuagarnos tanta pesadumbre.
Incontenible es su odio
cuando me acerco a ti.
Se alza de tus profundas nieves
para punzarme el vientre,
para clavarme su aguijón más dulce que las moras.
Luego se aleja atesorando heridas,
sabiéndose invencible,
rechazando los haces de carméndulas
que de siempre le ofrezco.
Muérame
si nunca más he de besarte,
si no puedo sorber
la música que llevas en los labios.
Muérame mientras te amo,
aunque su estoque
seccione en dos la yema de mi ombligo
y rueden por la colcha mis lunares gemelos,
y la melaza de mi sangre caiga
mojándole las alas.
Muérame
si no te llamo
con cuatro golpes de agonía,
cuando tu plenitud me colme
y el ángel se adelante por mi preciosa hondura
a más velocidad que el alba orada los postigos.
De Carméndula, 2000
DE NUESTRO AMOR,
lo que me gusta
es ese río ancho y caudaloso
que atraviesa tu cuerpo.
Es la corriente que te aleja
y me obliga a seguirte,
con los ojos cerrados.
No temo a la humedad que arrastran tus caricias.
No me asustan las abundantes aves
que anidan en tu pelo
y que, al verme llegar, me sobrevuelan
y me hieren
para que no me acerque a ti.
Yo siempre tuve mucho de gaviota
y a la hora de recoger tus ojos,
de reunir tu cuerpo miga a miga,
no hay pájaro que me aventaje.
Dime por dónde pasarás
anegando carméndulas, asustando a la luna
que bajó con sus crías a abrevar al aljibe.
No me cuesta trabajo tornarme en cuna o cauce,
si con ello percibo el roce
de tus aguas templadas.
Mucho peor sería que quedaras por siempre remansado,
sin saber qué camino conduce a la bahía,
o a mi cuerpo, ya sabes que es lo mismo.
Al final,
de nada vale
que seas río que se aleja
si yo no voy contigo
para enseñarte
cómo debes llamarme cuando vengas rodando
precipitadamente a lo largo del mundo.
(*) Angela Reyes: nació en Jimena de la Frontera, Cádiz (España) en 1946. Cofundadora y Secretaria General desde 1980 de la Asociación Prometeo de Poesía (Madrid). Ha coordinado la organización de la Escuela de Poesía de Madrid, 5 Ferias de la Poesía, 3 Bienales Internacionales de Poesía en Madrid, 2 Encuentros Luso-Españoles de Poesía. Co-fundadora y coeditora de las revistas Cuadernos de Poesía Nueva, Carta de la Poesía y La Pájara Pinta. Premios a poemarios: "San Lesmes Abad" (Burgos, 1986), "Leonor" (Soria, 1991), "Villa de La Roda" (La Roda, 1991), "Ciudad de Valencia" (Valencia, 1994), "Blas de Otero" (Majadahonda, 2000). Premios de narrativa: "Juan Pablo Forner" (Mérida, 1999 ), por su novela Morir en Troya. Poemarios publicados: “Amaranta” (1981), “La muerte olvidada” (1984), “Lázaro dudaba” (1987), “La niña azul” (1991), “Cartas a Ulises de una mujer que vive sola” (1992), “Breviario para un recuerdo” (1997), “Carméndula” (2001); otros cuatro en colaboración. Prosa publicada: “Crónica de un lirista naufragado” (1991), “Morir en Troya” (1999), “Adiós a las amazonas” (2004), “Cuentos en la Arganzuela”, (2005).
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