viernes, 26 de febrero de 2010

Poemania Nº 149 - María Rosa Lojo

POEMANÍA

la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº149/2008






“La poesía, ha dicho Rimbaud, quiere cambiar

la vida. No piensa embellecerla como piensan los

estetas y los literatos, ni hacerla más justa o buena,

como sueñan los moralistas. Mediante la palabra,

mediante la expresión de su experiencia,

procura hacer sagrado al mundo...”

Octavio Paz




Poeta invitada: MARÍA ROSA LOJO (*)


Para "Poemanía", poemas inéditos

Dios es un carro viejo


Sentada a la mesa,

cuando todos se han ido o no han llegado todavía,

veo venir a Dios.

Dios es un carro viejo, roto, que tambalea por momentos.

Tiene una rueda más gastada que las otras,

y si la tierra de Buenos Aires no fuera desesperadamente llana

se habría despedazado en cualquier curva.

Llega de todos modos, facilitado por la llanura,

empujado por el viento que sopla de noche,

y se detiene junto a la puerta del jardín del fondo para que bajen mis muertos.



Bajan cansados, indiferentes, como si no estuvieran aquí,

como si no me viesen.

Su castigo es no verme. Mi castigo es verlos.

Les tiendo las manos y es inútil, no me tocan ni me huelen,

sin embargo el cuarto se llena de su perfume ciego, quebradizo.



Esos muertos no hieden.

Son como las hojas que se han puesto a secar entre las páginas de un libro. Dejan una aureola de color ocre, la huella de una sombra que fue cuerpo.

Las páginas que los contuvieron no se pueden leer.

El sudor y los jugos de la vida trastornaron las letras, las enloquecieron, desvaídas, transversas, no sirven para nada,

salvo como testigos, secos también, de aquella pulpa espesa.

Si Dios no fuera un carro viejo, tan viejo, me subiría a él.

Me acostaría en el fondo de ese carro para que me llevase a ver la tierra

donde parpadean las estrellas secretas, como ojos hundidos.



Pero Dios cruje, y golpea, y se partirá por el eje.



Me dejará en mitad de la pampa, sin rumbo.

Nunca fui baqueana, soy torpe, lenta, miope

como un animal insuficiente que cualquier puma liquidaría de un zarpazo.

No sé descifrar otros signos que los escritos en los libros.

El carro cruje, golpea, se partirá por el eje.



Lo abandono en el jardín, arrumbado,

que le crezcan enredaderas,

que le trepen hormigas,

que le hagan nidos los pájaros.



El viento que sopla de noche se ha llevado los muertos,

tan livianos son,

tan inestables.

Eran sólo un sueño –diré mañana— eran un recuerdo en un sueño.

Eran mi sueño de terror, para tenerme miedo.

Y si el carro no estuviera aún en el fondo del jardín,

si no fuera una ruina,

un camino de hormigas,

un racimo de nidales donde los pájaros despiertan,

diría que también fue un sueño,

una equivocación de la memoria,

una prueba patética de la inexistencia divina.








La campana perdida


Cuando era niña, tuve una campana con poderes mágicos.

Era mínima, de bronce y de juguete, pero sonaba de veras.

Había que ocultarla bajo la cama los días de tormenta.

-No la muevas, no despiertes al trueno, no atraigas el rayo, no llames a la tempestad—

me decían.

Yo la colocaba en silencio entre los algodones de su caja.

De mí dependían el orden doméstico y el orden del mundo

--uno era igual al otro, uno estaba en el otro, bajo la misma ley--.

La noche entraba en el día.

Los sueños trepaban como la humedad por las paredes de la casa

No quedaba más que dormir, o leer.

--Bajo las mantas, entre los almohadones

un libro me contaba al oído

historias extraordinarias—

La tormenta cantaba lejos

con una voz finita y transparente que nunca sería rugido

Porque la campana continuaba recluida en su celda diminuta.



Cuando crecí dejé de creer en campanas mágicas.

Perdí la caja, perdí la casa de la infancia, perdí la memoria del lugar

Donde la campana había dormido en un silencio obediente.



Ahora la busco, sin embargo.

Quiero tormentas milagrosas para cambiar el orden de un mundo equivocado.

Quiero trastornar los signos de los tiempos y los climas de la tierra.

Quiero golpear a las puertas del cielo con un timbal de ira y de justicia

Dar órdenes al rayo y convocar al trueno

Para que desgarren la manta de sueño de los días nublados

Y alarmen a los poderosos

Y alegren a los justos con la buena nueva.



La busco, sí,

Ya que la sangre y el sudor y las lágrimas

Ya que toda plegaria, toda pasión y toda muerte

Han sido en vano.







En la llanura


En la llanura la vida es un manojo de hilos sueltos.

Una sombra que vuela como la flor del cardo, sin detenerse para siempre

En ningún sitio.

No hay nada que esperar en esta tierra

Donde las casas son frágiles como castillos de naipes

Y la voz de Dios se oye deformada y lejana

Como si llegara a través de un gramófono muy viejo,

O de una radio que transmite mensajes en una lengua indescifrable.

El viento borra también esa voz.

El viento borra todas las memorias depositadas por un instante

Sobre las sementeras y los pajonales

Como si nada pasara,

Como si nada hubiese pasado nunca en ese país de los ganados y de las mieses

Con ejércitos de niños pordioseros en las orillas de las ciudades.



Sin embargo al atardecer, cuando el sol se derrite y gotea sobre el mundo,

la pampa se hace traslúcida como el vidrio de una ventana,

se dejan ver

los yelmos inútiles y las espadas de óxido

los pies que se extraviaron en el falso camino de la Plata,

las espuelas nazarenas y las botas de potro

los fusiles, las lanzas y las carabinas,

las mantas con dibujos del sol y de la luna,

los uniformes azules y los ponchos rojos,

los anarquistas y los bandidos y los santitos ajusticiados

y los otros, los que nadie vio morir en ninguna parte

que llegan en busca de su nombre y de su sepultura

Nadie duerme en el descanso eterno.

Son bellos insomnes, que brillan en una caja oscura de cristal

Caminando a lo largo de la noche radiante.

Luces malas, los llaman.

Avanzan en procesión por la pampa redonda

Llevan sus propios huesos encendidos como cirios.



Desaparecen cuando llega el amanecer.

Desaparecen como si nunca hubieran existido

A esa hora en que la pampa se derrama en el cielo.

A esa hora en que el cielo es un abismo devorador de hierbas y de leguas.

Entonces camino por la superficie de la tierra azul,

alucinada por las grandes claridades

Y el cielo es una tela incandescente hecha de puntos que titilan

Son los ojos sin párpados de los muertos

Los ojos que reflejan sus pupilas quemadas contra la bóveda del aire

Los ojos que nadie ve, que nadie recuerda,

Porque ellos hacen la luz que nos ilumina.






El mate


Las caras se deshacen a última hora de la tarde.

El silencio borra las superficies como un restaurador que busca, al fondo, colores primitivos.

Los viejos rejuvenecen y los niños vuelven a sus memorias de antes de nacer

cuando eran una idea loca y flotante dispuesta a caer como la lluvia

sobre la extraña tierra.

El perro aúlla porque oye músicas inaudibles y un ángel desviado

le roza las orejas.

El mate pasa sin palabras de mano en mano.

Cuando se sorbe el agua, se sorbe un alma antigua, oculta e impalpable

bajo la yerba verde.







La luz argentina


En esta tierra no había oro ni plata,

No había palacios ni templos ni teatros ni pirámides

Ni grandes escaleras ceremoniales que llevaran al encuentro de Dios

Ni príncipes enjoyados como aves del Paraíso

Ni calendarios de piedra que señalasen la ruta de los planetas.



Los que llegaban del otro lado del mar

Buscaron los metales, las ciudades, los templos.

Pero las raíces de la selva bebieron el hierro y el verdín

De sus armaduras

Y los caranchos de la pampa devoraron los ojos

De las cabezas muertas

Y en los caminos más altos de la montaña

Donde no cambia la nieve

Quedaron sus cuerpos de congelados centinelas.



No había plata en la tierra de la plata.

Pero en los torrentes secretos de la selva,

En las lagunas del llano,

En los cauces tan anchos como un mar

la luna y las estrellas crecen de noche

Y tiñen de blanco fulgor el agua verde.

Los cuerpos que se sumergen arden sin fuego

con una luz tranquila que no ciega.

Es la luz de los ríos de la plata,

La luz argentina,

Sin peso ni medida,

Invulnerable al robo y la codicia

La luz de todos

Que fluye como el tiempo y que permanece.









Par délicatesse j’ai perdu ma vie.

Y la sigo perdiendo
Fluye como la sangre de las venas cortadas
Pero no me muero.

Estoy aquí para ser testigo y partícipe

de crueldades.



Niña vieja

Siéntate y aprende.

Es hora de que sepas:

El pez grande se come al chico

Las águilas y los cóndores roban pichones, gazapos y pollitos

Para destriparlos.

Lo perdido no vuelve

Por bueno que sea el conjuro que apliques

O tus amistades con hadas poderosas.



Niña vieja,

tonta,

también los pollitos inocentes abren bocas devoradoras

y agotan a los padres con sus demandas.

Las hadas tienen espalda de brujas

Y un rabo casi invisible de demonio

Te engañan frente al espejo.










Las llaves del Reino


Alguien dijo que se perdieron

Las llaves del Reino.

Nunca tuviste ni siquiera las llaves de tu casa

Y menos aún las llaves de Reino alguno.

Siempre estás entrando a todas partes al revés,

Por el costado,

Por una puerta mal cerrada o una ventana lateral,

Deslizándote, sucia, por el hueco de la chimenea:

Una falsa y rebelde aprendiz de Mary Poppins.



No hay alegría en esos cielos turbios que te miran bajar

Así de clandestina

Y cuando llegas a la sala, huyendo,

Con la cara manchada, los codos rotos

Ni tu padre ni tu madre te aguardan en la mecedora

Para darte refugio.

Cruje, vacía, la madera enrulada.

Cruje, y ya no hay escapatoria,

Ni siquiera un fantasma que te sirva de excusa.



Era la muerte quien te esperaba en Samarcanda

Y no has llegado al reino

Y la casa de infancia no es la misma.



Ese asiento ahora desnudo es para ti.




(*) María Rosa Lojo: nació en Buenos Aires (Argentina) en 1954. Su obra enlaza en un vasto ciclo narrativo, títulos como “La pasión de los nómades” (1994), “La princesa federal” (1998), “Una mujer de fin de siglo” (1999) “Historias ocultas en la Recoleta” (2000), “Amores insólitos” (2001), “Las libres del Sur” (2004), hasta llegar a la novela “Finisterre” (2005) y el libro de cuentos “Cuerpos resplandecientes” (2007). Su producción obtuvo importantes reconocimientos, como el Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento y en novela, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea” (1996), el Premio internacional del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (1999), el Premio Kónex a las Letras 1994-2003, y el Premio nacional Esteban Echeverría (2004), por el conjunto de su obra narrativa. Pero también, desde los comienzos, Lojo ha estado vinculada a la poesía y la microficción lírica, con títulos como “Visiones” (1984, Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires), “Forma oculta del mundo” (1991, Primer Premio del Concurso Dr. Alfredo Roggiano) y “Esperan la mañana verde” (1998); éste último acaba de aparecer en 2008 en edición bilingüe, con traducción de Brett Sanders (Host Publications, Texas).Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires, trabaja como investigadora del CONICET y es profesora del Doctorado en la Universidad del Salvador. Colabora permanentemente en ADN Cultura de La Nación.

8 comentarios:

pdv dijo...

Hola, Pedro, ¡qué velocidad!
Fue una sorpresa ver esto publicado tan rápido.
Noté unos problemas con la gráfica de los poemas, y los corrijo en el archivo adjunto. La parte corregida va maracada con resaltador celeste.
A veces sucede al pasarlos de un formato al otro.
Un abrazo y gracias.
Ma. Rosa Lojo

pdv dijo...

Pedro, muchísimas gracias por reenviarme esos mensajes tan hermosos.
Un abrazo de
María Rosa Lojo

pdv dijo...

Gracias Piero, esta poeta es excelente. Saludos,
Norma Francomano

pdv dijo...

Querido Piero,te felicito por la elección de esta poeta extraordinaria, su poesía es trascendente y bella, es sencilla a la vez que profunda, imágenes que sitúan a lo cotidiano, a los sueños, a la infancia, con un lenguaje sin retórica. María Rosa, es hermoso leerte. Un beso a los dos de Elena Cabrejas

pdv dijo...

POEMANIA 149
QUERIDO PIERO:MUCHÌSIMAS GRACIAS POR ESTA ALTURA QUE NOS PROPONES.TE ABRAZO.
Roberto Glorioso

pdv dijo...

Gracias, Piero. Excelente lo de María Rosa. La quiero y admiro mucho. Siemrpe nos encontramos en los Simposios. En Poesía, de ella, sólo tenía Esperan la mañana verde...
La cita de Octavio Paz me parece un gran acierto, como epígrafe. Además... la comparto plenamente.
Un abrazo. Cecilia Glanzmann

pdv dijo...

La poesìa de Marìa Rosa me emociona,
me conmueve. Moviliza mi pensamiento,
me lleva con ella hacia donde va, lejos, muy. Gracias
y abrazos por la verdad y la belleza.

Concepción Bertone

pdv dijo...

Pedro, hoy estuve todo el día afuera, y mañana me espera otra jornada igual. Pero no quiero irme a dormir sin decirle cuánto me han conmovido y gratificado sus palabras y su entusiasmo.
Un fuerte abrazo de
María Rosa Lojo