viernes, 26 de febrero de 2010

Poemanía Nº 196 - Juan José Hernández

POEMANÍA



la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº 196/2009



“La poesía es una suerte de oasis

que nos asocia a un mundo distinto…”



Rubén Balseiro









Poeta invitado: JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ (*)







COMO JONÁS



Sí, en el oscuro vientre

de la ballena,

también yo, en este mundo

tragado por el tiempo:

carne y sueño que no elegí

(Jonás tampoco a su ballena)

con el temor de ser devuelto un día

al perdón, esa nada perdurable.







EL AUSENTE



El verano es propicio

para volver a la amistad del padre,

a su pecho de palomo ardoroso

que en la siesta enronquece.



A veces lo recuerdo

agitando su cimera de crines

en el día vibrante de racimos y flechas.

¡Volver, y que otra vez maduren

las viñas de su fiesta!



Pero el padre es ahora una ausencia:

palomar sin arrullo, seco laurel

de herrumbre en la casa desierta.







LUGONES



Si para usted su cuerpo

era vaina de una espada.

Si como Tirteo, el espartano,

creía en la suprema dignidad

de morir combatiendo por la patria.

Si admiraba el cintarazo viril

de la voz de mando, el olor a caballo,

a sudor y sangre salobre de la guerra.

Si tenía, en fin, la convicción de haber nacido

águila soberana y no doméstica gallina,

convengamos, entonces, que suicidarse

con cianuro en un recreo de El Tigre

fue un acto deslucido, en modo alguno épico,

para su afán de glorias y fastos militares.



Más coherente en nuestros días, Mishima,

decapitado por su amante en un cuartel

luego de abrirse el vientre y ofrecer sus tripas

al milenario Imperio de la Aurora.







ÚLTIMO POEMA A LA NOCHE





A tu reino quimérico

de lunas imposibles

y columnas tronchadas

vuelvo ¡oh noche!,

con una flor de suaves quemaduras

y un pecho desvelado

donde el silencio agita sus pálidas alarmas.



Maternal y piadosa:

¿quién no trae a tus puertos

alguna dicha oscura, una costumbre

apenas confesada?



Hay estatuas sin rostro

y trofeos prohibidos

en las esquina donde el desterrado

mendiga su ración de vergüenza y espanto.



¿Alabaré tus dones de tinieblas,

el ácido esplendor de aromas y residuos,

las impuras banderas levantadas

junto a las secas fuentes de la sangre?



¡Oh lanzas del deseo, fervorosas!

Golpea este laurel de grave herrumbre

y que escape el piafante caballo enardecido.



Alguien llama desnudo

desde tus apagados, lentos puertos.



Nadie venció esta furia de brillante castigo.







EL GALLO





Por la siesta erizada

un gallo vuela.



Un gallo,

claridad cautivada,

diurna espuela.



¡Ya sube,

ya ilumina su cresta

ya se dora!



Por la siesta

-móvil punta de sol,

dulce espuma-

un incendio de plumas

me enamora.









PINTURA POMPEYANA



Luz de verano: en el atrio

del templo de Afrodita

las palomas arrullan y se acoplan

en fugaces y dulces paroxismos.

Los jóvenes centauros retozan en el río

y sobre Dánae, con pausados gemidos,

Dios llueve su simiente de oro.









MOLINO





Casi no quedan rastros

de amarillo

en la piel de esa banana

demasiado madura

en la frutera del aparador.



La macilenta banana

y su mortaja de moscas

pertinaces,

como los nevados cabellos

y el negro diente de Elisa

(fané y descangayada)

en el admonitorio verso

de fray Luis e León,

ejemplifican nuestro común destino:

la caída en el tiempo,

ese feroz molino

que a todos sin distingo degrada y aniquila.









LOS GRANDES PADRES





Yo los he visto entrar airosos en la claridad

más fuerte.

Altos guerreros, tiernos padres del júbilo

con sus pechos sonoros y banderas.



Venían devorando

todo el fervor quemado de las brevas.

Ellos, los grandes padres hacedores del día,

maduraron las viñas de mi fiesta.



¡Los vi radiantes en la luz hermosa!

Se paseaban solemnes por las playas del mito.

Sus cuerpos bajo el ocio de los soles antiguos.



¿Quién no amó las praderas de sus rostros dichosos,

la flauta comenzada de la mañana fina,

el vivísimo salto de un pájaro fragante?



¡Hogueras y laureles! El tiempo

ha desgajado sus muslos melodiosos.



Y sin embargo vuelven a recorrer la sangre,

agitan estandartes en las nucas calientes de los gallos

mientras un ciego triunfo multiplica formas de orgullo,

de castigo.



¡Inocencia y delirio para la luminosa fábula del vino!







(*) Juan José Hernández: nació en San Miguel de Tucumán (provincia de Tucumán, Argentina) en 1931. Es autor de los libros de poemas "Negada permanencia y La siesta y la naranja" (poesía, Botella al mar, 1952), “Elegía, naturaleza y la garza”, “Otro verano” (poesía, Editorial Sudamericana, 1966); "Claridad vencida" (poesía, Burnichon Editor, 1957), "Desideratum. Obra poética" (poesía, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2001) y "Escritos Irreberentes" (poesía, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2003). Publicó también los libros de cuentos "La señorita estrella" (Centro Editor de América Latina, 1992); “La Favorita” (Monte Ávila editores, 1977) y "Así es mamá" (Seis Barral, 1996) y la novela "La ciudad de los sueños" (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2004). Recibió el Premio Municipal de Narrativa (1965), la Beca Guggenheim (1969) y el Premio Konex (1984). Traductor de Paul Verlaine (Poemas eróticos y Las amigas) y de Tennessee Williams (En el invierno de las ciudades), Hernández, fue asimismo becario del Fondo Nacional de las Artes y de la Casa de los Escritores y Traductores de Saint Nazaire, Francia. Colaboró en los diarios La Nación, Clarín y La Gaceta de Tucumán; y en las revistas Diario de Poesía, Fénix y Proa. Falleció en 2007, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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