POEMANÍA
la manía del poema…
Hoja literaria de aparición virtual
Nº 64/2006
“La poesía se hace visible porque
pinta imágenes, pero es también
musical: reúne dos artes en una.”
Eugenio Montale
Poeta invitada: MARÍA EUGENIA CASEIRO (*)
Disparo
Cuando pongo el dedo en el gatillo
el agua se detiene
olvido responder tantas preguntas
el gallo se desprende del reloj
se saltan todos los muelles del piano
y la voz
se dispara de gargantas.
Es muy tarde
Apaga la ciudad y deja
esta calle de palabras deslucidas
con sus noches de alfabetos y de moscas
en los tejados un gato
y el chasquido de las sombras
que devoran los últimos despojos
de las líneas que trazamos.
Ya la luz es un recuerdo
donde el claro abanico despuntaba
y el aroma del jazmín
rueda del templo
de una hoja de papel.
Es muy tarde en la ventana
rodeando el cielo de mármol
y las sombras que formamos
se comban de frío en la pared.
Llanto por unos zapatos muertos
Estoy llorando en el paño roto de la noche
y mi niñez que ahora no me entiende
reniega de mi llanto.
Estoy inmóvil y desnuda
frente a la oscuridad del viento
encendiendo una vela blanca
al alma de mis viejos zapatos muertos.
Estoy enferma de sueños sin fuentes
contagiada, de esa terrible y blanca pena
de saberme cierta
sin vestidos de ayer en pleno vuelo.
Estoy llorando ahora
por la sombra increíble de mi propia lágrima
por la hoja en blanco sin sonrisa
por la ausencia de todos los discursos
viajando en el tren de tan poca memoria.
Estoy alumbrándome de antiguas lunas
del sucio brillo en aquellas farolas.
Estoy llorando la fijeza del tiempo
posada en el renglón que me aprisiona.
Un nuevo oficio
Mirar desde la altura de un padrenuestro las azoteas envueltas
en la niebla, los amores furtivos, las peleas de vecinos y las
cabezas de los paseantes, es un oficio que se pierde en los
balcones de las viejas usureras y escurridizas como lentejas en
días de hambre.
No hay nada como ir en pos de la puerta deseada sobre los pies
desarmados de cadenas, libres de pisar las colonias de
hormigas que acampan y duermen debajo de los árboles;
caminar sin tiempo y sin penitencias para dejar en la tierra, al
menos una leve huella de pisadas.
La calle
La calle es un burdel donde las horas
toman cuenta.
El vagabundo gris
a un paso de anotar la despedida
recupera el mortecino
brillar de las farolas.
Se alarga la calle, en su desdén se pierde
la visión hasta tocar el fin del mundo
a estribor, bordea la primera estrella
las grutas sin salida, el precipicio
en que un fantasma envenenado
duele en la mujer que busca
un puente y la razón fracasa.
La calle es un dolor, una punzada
donde confluyen las premoniciones
un corazón cansado que envejece,
su melodía sin voz
se lleva las últimas raigambres…
Sueña la calle su primer bostezo
entre viejas fachadas de edificios.
Un deseo
Un deseo de ríos y palmeras
me tiembla entre los dedos
enredándose
en la voz del tiempo
tan cansado
que va nombrando las calles
donde nadie ha pasado llorando desde entonces
y está en juego el recuerdo de la piña
fermentándose en las venas,
en mis labios que desean el azúcar,
o ese tiempo del regreso
al amarillo de un girasol despierto
centro de fieltro
encrucijando tiempos.
Esperando la lluvia
No eran festones calcinados, ni salamandras, ni murciélagos
sino tus manos esperando la lluvia.
Y la figura exprimida varias veces se te secaba al sol
en un sueño en que también se marchitaban otros sueños.
Con tantas diferencias como granos de arroz, o como cáscaras
tus manos de pájaros sueltos,
tus anillos de afilar los dedos,
el torso opíparo de volúmenes,
y los cabellos duros, como diablos disecados que ahuyentaban la brisa:
la mirada de puñal también se te secaba.
Te digo que no
no eras todavía aquel adiós que profesabas, ni la idea imprecisa
que se tiende a retomar el hilo que la puede acompañar.
Con los pies impasibles al frente de todos los desdenes recordados…
eras tú mismo sin tu yo,
en una oscuridad casi distinta,
en el punto más fiel de la prolongación,
en la línea exacta entre los dos, o los tres, o los cien que ya no eras
o que te habían abandonado tal vez para siempre.
Y la sombra invisible que ansiaba levantarte inútilmente
entre mis grandes ganas de llorarte
se dejaba caer en tus pies asidos al veneno de tu transpiración.
Te digo que no,
no eran pedazos de recuerdo, ni puentes levadizos,
ni siquiera esas serpientes que alguna vez se enredaron en la partida
que jugamos sin terminarnos aún las ganas de ganar la antigua
apuesta;
eran tus pies, zapadores sin voz,
los que nunca obtuvieron el recuerdo exacto del paisaje, de la salida
del interminable hilo de la planta que no deja de crecerte dentro
a pesar de tantas muertes atroces y silencios
que alguna vez, en las casas subterráneas encontraron el bulbo
en que las viudas negras se escondieron en invierno.
Te digo una vez más que no
que no eran raíces, ni carajuelos encendidos,
ni quelonios agujereados esculcando la arena; no,
eran apenas tus pies desgajados y mudos esperpentos de arena
escrutando la tierra para desenterrar los bulbos de los lirios;
para desplazar escarabajos de órganos duros y ardientes
y profanar las venas crecidas de perdones que no habías cruzado
nunca. ..
No había visto tus muslos torcidos brillando al sol
pero los paseaba con la mano herida de recorrer tus espinas
con el dolor de la piel cosida al momento
sobre aquellas jicoteas puntiagudas y verdes
que comenzaron a salírsete del cuerpo,
tanteando el rastro de las bibijaguas por las grietas
en que el amarillo de la carne se dejaba descubrir
chorreado de sudores en la cicatriz errante de tus cristales,
de aquellos cristales que por fin trajeron de una vez el agua
para dejar el brillo de tu cuerpo debajo de un árbol y hacerte de aire,
un aire deforme, doblado en las puntas de todos tus dedos
y traspasado el recuerdo de todos tus anillos...
Un aire ceñido a la periferia recelosa de tu oído,
de la masa inconforme que miramos perderse debajo de la sombra;
un aire que suena en los huesos quebrados de los insectos
y espanta las confesiones de todas tus bocas para dejarse llevar
en la plaga de la lengua, con los acentos que burlan la sonrisa,
hasta la débil esperanza de la lluvia.
(*) María Eugenia Caseiro: La Habana (Cuba) en 1954. Poeta y escritora. Integra la Muestra de Poesía siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía. Antologías Famous Poets Society, 1997, 2000. Hollywood Diamond Hommer Trophy 1998. Antología Nueva Poesía Hispanoamericana 2004, 2005 y 2006. Antología “Paseo en Verso” Méjico 2005. Antología Femenina El Rastro de las Mariposas 2006. Finalista del Concurso Internacional de Poesía Pasos en La Azotea, del Certamen Puente Azul y otros. Mención de Honor (2005 Poesía) y Premio Estadístico (2006 Poesía y Relato) en el Concurso Internacional Mis Escritos Lanuz, Argentina y otros. Premio Publicación La Porte des Poetes 2005, París, Francia. Mención de Honor en el Certamen Internacional de Poesía César Vallejo de Londres 2006. Sus poemas han sido traducidos a diferentes idiomas, incluyendo lenguas como el euskera, el japonés y el árabe. Sus textos están difundidos en la Web, donde colabora con revistas y diarios digitales y otras publicaciones en papel. Participa en numerosos foros de literatura. Los poemas que integran esta selección pertenecen al libro “Pedazos de paisajes” editado por la Revista Digital “Como el rayo” (Alicante, 2005). Actualmente reside en Estados Unidos.
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