viernes, 26 de febrero de 2010

Poemania Nº 60 - Oscar Portela

POEMANÍA

la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº 60/2006



“Un poema tiene una dinámica que va constantemente

renovándose con arreglo a cada cual que se va acercando

a él y a la misma persona que se vaya acercando

por segunda o tercera vez”

Alberto Girri







Poeta invitado: OSCAR PORTELA (*)




CANTO DE MARCIAS

He aquí mortal, definitivamente
como mi aspiración al infinito,
mi corazón ¡oh Apolo!, vencido
por tu furia y por el rayo de tus
ojos, he aquí, mi finitud, de rodillas
frente a la lira de amor y el roto
corazón entrando a las tinieblas
lentamente, luego del fuego
en que consumí mis ansias
de eternidad y amor, oh Dios
oculto por mis cantos y mis coros
cuando las fuerzas me abandonan
y mis cenizas desde una urna Etrusca
vuelan al infinito de la soledad
a la que me condenaste
oh armonioso entre los armoniosos,
mas, cruel con la soberbia y la vanidad
de los titanes que no tienen
descanso, salvo la muerte,
el polvo de las urnas, las puras
aguas del mediterraneo:
ni animales ni humanos
han venido hasta mí,
hasta mi roto corazón,
hasta el occidente de mi dolor
para amortajar mis desos
de amor por lo mortal,
que desató tu ira
y condenó mi alma
a la prisión del arte
y del amor que calla
en el hosco silicio
del desierto. Sólo el murmullo
del infinito mar,
sólo el viento de las noches
encetadas por las estrellas
acompañan los ecos
de mis tristes lamentos,
ahora que desde una urna
bella continúo
atado al laud del destino
con que me encadenaste
Apolo, ¡oh invencible!,
¡oh impiadoso!,
compañero de la amargura
de que hiciste mis horas,
solo, desesperado,
hasta que el silencio venga
a redimir mi viaje
y el ángelus diga sí
a mis deseos de paz
y de silencio




CANTO PARA EL OCASO DEL MUNDO


Mírenme ahora a los ojos, calmos lagos,
ciegos como los ojos del anciano y
solitario ex Rey en Colona, mirenme así,
sin esperar sin esperar ver el final ni el vuelo
de las aves, adentrándome
en la oscura caverna
de la que no salimos nunca, oh Prometeo,
nosotros, yo, raza de traidores
por los Dioses burlados
y los días, sustancia de inmortales:
así me veo ahora, en futil conocimiento,
la cítara y la flecha, no son más
inútiles prendas, de quien va a perecer
como Paris en Troya, sintiendo
como se apaga la luz, la luz, con el
consentimiento de los Dioses,
inútil atavío, lujo de quienes ignoran su
destino. Volver, volver siempre al desierto
del cual partió el mortal,
jugando con alucemas y con rosas,
pactando con sonrientes inmortales
que ahora, separados del hombre,
miran girar en el vacío el destino mortal:
guerras, violencias, depredaciones,
galeras convertidas en naves donde
se gestan monstruos más insidiosos
que las Parcas, hombres con lenguas
bífidas y de largas palabras
que ocultan el Ocaso que vió Edipo
hace siglos, antes de que todos
los soles se apagaran en ardentía
de Caos, como se apagan hoy,
en medio de solitarias muchedumbres
que ignoran
el fin de primaveras y de luces:
hombres pequeños que han descubierto
la duración efímera como el Poder
que afirma "seamos como Dioses",
mientras la vejez se hace con las cosas
que el hombre crea para alcanzar
la Infinitud del tiempo: Así, yo, como
Edipo, abandonado por las luces
del cielo que iluminaran mi niñez,
de los caballlos que Agamenón pusiera
a las puertas del oro, de rumorosas aguas,
y de flores, veo como el Tirano Egisto
impone el crimen y sin posada ya,
siento pasar los días,
sin lamentos ni lutos,
porque toda parodia se repite,
y en lo profundo de la caverna yace
el animal que espera otro animal de
muerte, dispuesto a dominarlo todo,
e ignorar que la burla del Dios y el
sacrosanto Buho, son apenas la risa
de máquinas de hierro,
que en el desierto moran, esperando
muerte.





COMO DEBIA SER
(a Joan Novarro)

Sepultado está todo: Ello debía ser.
Se hizo así justicia. Los soles negros
ocupan sus lugares, y el viento ya
dispersa las cenizas que guardaban las Urnas
del recuerdo. Soy polvo ahora.
Disperso en los fragmentos de las horas,
en los ojos mirados, en el caudal de lágrimas,
en infinitas noches alumbradas por gélidas estrellas,
en crueles pesadillas que vuelven hasta mí.
Y aquel lobo afilando los dientes
del verano, en la que amores turbios
encendieron el alma
conterrada en lagunas, en imágenes bárbaras
y espejos de ilusiones que reflejan
las horas, siempre indigentes.
Sombras de tiempo sepultado:
así debía ser: ahora que solo; que solísimo
rimo con los espectros de la sangre
que adviene de subterráneas huellas,
con espectros y animas, pienso que las
preguntas no fueron contestadas,
y que en vano fue todo: ya ni el horror me espera.
Libre soy de abandonar el campus.
Y que el ángelus toque corazones amados.
Conterrado, enterrado entre vivos y muertos,
sombra entre sombras, humo del ser,
todavía me inquietan las indigentes
flechas del destino.
Oh yo, Oscar Ignacio Portela,
sucesión discontinua, vivac de guerras
inconclusas, llevo sólo conmigo
el hambre de infinito, la palabra absoluta,
y el abandono inerte de la suerte impetrada,
como debía ser.





EL DESIERTO DE LOS TARTAROS


Ha pasado el tiempo, la sucesión, y nada ha sucedido.
Aquí estoy más expuesto que nunca a los demonios
y a la intemperie de la acumulación, que los espectros
han dibujado en soledad para mis sueños: las brevas
ha tiempo están para caer y desde ahí reclamar
a los vivos lo que no fue cumplido. Olvidar fue la tarea
que me impuse a mi mismo; mas, poderosos hados impidieron
que en paz, los fantasmas hablaran con los vivos.
Deste modo nada ha sido olvidado. Todo permanece
igual, aunque
fluyan la sucesión, y los deseos, o la imaginación, lea ya sólo
los nombres inscriptos en las lápidas. Madre, padre,
amantes, amigos, volaron como huyen cornejas en
invierno, Patria que soñé cuando niño y ahora,
en andrajos, pide mendrugos en las esquinas más siniestras.
A veces en silencio, veo un cielo infinito alumbrado
de titilantes astros, y escucho en madrugadas claras
como el agua que vierten las montañas, el grito de los
monos en los montes de infinitas praderas.
En verdad me digo, han pasado ya siglos y el que
ahora reclama silencio y paz, amortajado está por
la impudicia que los mortales trajeron a las viñas:
¿Descansaré algún día? ¿Como canes los demonios
se ensañarán conmigo? O el milagro que aquí,
sin que lo vea, y en mis últimas horas deparará
ternuras, nunca vistas, sentidas, sobre la piel añosa
deste árbol ya muerto, resucitado entonces?
No hay respuestas. Ominoso silencio a la pregunta
y sangra el corazón del hombre niño. Donde está el
sembradío, donde las risas que en el jardín florecen,
y el inocente juego del tiempo, que el niño Dios contiene
entre sus manos? Qué esperar ya sino el invierno
torbo que se acerca sugiloso a nuestras puertas?. Pequeño,
pequeño, el corazón del hombre languidece en la tarde
mientras Bastiano espera la llegada de Huno,
que alguna vez, con su flecha mortal, inspiró a los guerreros.
Pequeño es el horror de la línea de sombra
en que la nada crece, junto al desierto de los tártaros.
Aquí estoy, entre ruinas, esperando, lo que no debía ser.





CANTO DE ORESTES

a Vera Luz Laporta
a M. Gilda.

Y deste modo, que la tempestad de la melancolía
no sople sobre mi alma contristada, que no crezca
como hiedra maléfica sobre las ruinas
que las imágenes tejieron sobre purpúreas
visiones, en tiempos acaecidos: revocado
sea el pasado y Neso no reduzca a cenizas
las esperanzas últimas de quien vistió sus días
con el polen que los Dioses colocan en los pétalos,
de los jardines que conducen al podio de lo pleno.
Dulces sean las Horas que caigan sobre los días
en que continúe despidiendome de quien fuí,
e inflamado no sea mi verbo por el pavor
ni la furias sigan mis pasos hoy como ayer: que
las hienas que sigilosas buscan los despojos
de los perdidos sueños, alejados sean de las
noches y días - espejismos que beberé
hasta que caiga Febo- y suceda todo
conforme a la voluntad de las Gracias
aceptadas
por la voluntad de la poesía que rige
mi destino: revocado el pasado y clausurada
la memoria que espera como el demonio la
hora de volver sobre sí, mis cansados ojos,
-ciegos ojos de cíclope-, salvados sean de otras
penas y melancolías: vuelvan así los aleluyas finales
y los "ossanas" tornen a florecer sobre mis labios.
Así sea, fidelidad a la tierra y el agua de las frías
colinas, y al oculto silencio que en el lenguaje
cifra el misterio de todo, sean estos los talamos en
que repose todo, las fuerzas del deseo,
que eternamente volverá sobre sí, volcada
ahora hacia la eternidad, y la fulgente estrella de
la necesidad.



LA PÓCIMA




Abatida la noche del deseo, sobre las blancas
plumas de la garza, sólo en vilo la nada yace,
y el silencio de la urna donde reposan
las cenizas
que la vida, futil sustancia, o engañoso espejismo,
a ojos del mortal ponen silentes: Así me digo
a mi mismo: cumplido está lo que debió haber sido,
y escogieron los hados que malversaron la obra
de los Días dorados de la divina juventud:
La Soledad de Obra, las Horas que
fatalmente tocan a Diana, servidas están
en la Augusta mesa de los inmortales ahora:
La soledad de un corazón como tributo a la cólera
del Daimón
ya fue cumplida: toca hoy a mis manos llevar
hasta mis labios la pócima que un Dios,
por intermedio de las Horas, a mi destierro destinara.






EL MUNDO COMO FÁBULA




Humo del ser soy, y el yo que firma
en nombre de aquello que adivino al ver,
juego de un niño, (acaso "Dionisos")?
que al crear mundos en la embriaguez
del éxtasis, pasa indicando solitarios caminos,
vuelve y desaparece? Nada comienza
y no termina nada, pues fábula es el mundo
que interminablemente
ronda y camina: nada es el ser,
sino transfigurarse, el brillo del ocaso
que dura por instantes
porque dona la nada toda gracia
e instante, danza, divina estancia.
Hay dolor en ser humo
que ahora se disipa, pues leña
y fue fuego, pues fue rayo y fue
trueno -dolor de mar salobre-, y hoy tan sólo
cenizas, y heridas en el tuetano
que Apolo dicta en ira, fragmento del azar
que como estrella cae,
al abismo del mundo, debajo de las aguas
de un sueño cruel que escancia
el lenguaje de un doble, pues no es
sonido, furia, ni estéril pesadilla,
sino fábula insomne la del mundo
que esplende, sino teatro y sombras
del cuento que me habita,
y se disipa ahora que firmo sólo
en nombre del azar que susurra.

(marzo 8 de 2005)


(*) Oscar Portela: nació en la provincia de Corrientes ( República Argentina) el en 1950. Administrador Cultural, ha ocupado importantes funciones en su provincia y ha integrado por dos períodos consecutivos la Comisión Directiva de la Sociedad de Escritores de la Argentina, presidente de la misma entidad en su Provincia, Director de revistas como Tiempo y Signos, entre otras. Es, y ha sido, Asesor de Cultura de la Honorable Legislatura de la Provincia de Corrientes. Doce títulos de su obra poética editadas (“Senderos en el Bosque”, “Los Nuevos Asilos”, “Memorial de Corrientes”, “La Memoria de Láquesis”, “Claroscuro”, etc), y obras ensayísticas en las que se ocupa preferentemente del pensamiento filosófico contemporáneo, (“Nietzsche sonámbulo del día”), le han valido la consideración de importantes pensadores de su país. Ha publicado en España, México, Venezuela, Paraguay, y casi todos los medios de prensa de la Argentina, como así también dictado conferencias en España, Paraguay y provincias Argentinas. Asimismo es especialista en crítica e historia del cine y es autor de letras de obras musicales en su mayoría inéditas.

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