POEMANÍA
la manía del poema…
Hoja literaria de aparición virtual
Nº 132/2007
“Escribir un poema es como
reescribir la historia, con
los ojos bien alertas.”
Luis Raúl Calvo
Poeta invitada: CONCEPCIÓN BERTONE (*)
PESSOA Y YO
a Pedro Bollea
Como hierba crecida entre adoquines
de calles alejadas, calles quietas
donde la piedra ahoga la gramilla
con agua del fregado. De extramuros
del alma sofrenada con mil bridas.
Dura ayer como hoy. Toda mi vida
se exultó como hierba
en una grieta.
(de Aria Da Capo)
ALGO DE ALDO Y GLOTICA MIA
Yo estuve ahí
pero no vi las patas en la fuente
-me dijo-. Pero ahí estuve. Fugaz
se iba en la diatriba del dolor
injurioso y violento. Diávolo,
diábolo, diantre diamantado. Yo
estuve ahí,
me dijo. Joven,
desprolijo, pero joven,
desordenado pero joven, cuando ahí
estuvo. Y no había Dios,
y no hay, y no habrá. Un ángel
malo, puede ser
que hubiese. Pero no un Dios, mas
sus reses, quizás. Yo no era
un eral, pero era
joven y ahí estaba. La gleba
y yo, siempre. Siervo
de la tierra sí, aterronado sí,
simiente y seminal sí, pero
nunca vendido ni vencido
en la mente donde todo se gloria
según se glosa. Yo
estuve ahí
pero no vi las patas en la fuente.
(de Aria Da Capo)
ALBA
A Francisco Madariaga, in memoria
I
Esa corteza blanca, lisa y hendida, buena
-aunque sea inflexible-. Esos tallos prudentes,
esas ramas serenas porque tienen espinas y
no han herido a nadie con intención, arteras. Hoy
son como mis manos que parecen vacías.
Un pequeño poema traducido del persa.
(de Aria Da Capo)
MEDIODIA
II
La paloma, leve en la rama seca del aromo,
no sobre la hierba fresca ni cerca
de las prímulas rosadas. Quieta
dibuja una parábola. La de Claudel. Animus
y Anima. Esa zona profunda, esa punta,
ese centro luminoso en mi adentro vacío, y dicho
así de paso, por encima, apenas
sacudiendo la maleza de mi cráneo: me llena
nuevamente de esperanzas, de cierta fe
perdida en sacristías. La paloma apoyada
sobre el sentimiento de la grandeza
del alma, en la mística
que me devuelve la fuerza, el desafío
vacilante todavía, pero bastante fuerte.
Desafío a la muerte, a los impíos.
(de Aria Da Capo)
CREPÚSCULO
III
A esa hora que la claridad disminuye su luz
igual que las luces de la cárcel
cuando la corriente pasa por la silla y es
tarde para lo no vivido para la vida
dividiéndose en partes calcinadas: quedos
restos de nada y todo envuelto
en epidermis suave, estremecida. A esa hora
de vida aún no vivida
trazo una línea larga y recomienzo
como de tilos, alineados, densos.
(de Aria Da Capo)
VIOLA DE AMOR
El trémolo del cristal. Otra vez
en la noche lo escucho temblar. Y sé
que bastaría buscar en la vitrina
para que su respuesta de amor acabara
siendo sólo un fenómeno acústico.
Para mí que te busco, todavía,
en la caja donde resuena muriente
y me corto los dedos con la triza. Para mí,
que conozco el sonido de la mutua
atracción de dos cuerpos
capaces de vibrar al unísono. Breve
será. “Afuera llueve”. Y una copa
se ha quebrado.
( de Aria Da Capo)
MEETING
Bastó vernos por un instante para saber
que nos habíamos amado antes
del primer pogrom y ardido
por última vez en el horno
que nos unió para siempre
en una misma llama. Bastó
esa mirada, ese gesto
que se calcinó
y ascendiendo
indefenso humo negro
de carne inseparable
aún palpitaba.
Orgasmo de ceniza, más
lo remueve el tiempo, más
lo atiza.
(de Citas)
ELEGÍA PARA JUAN MANUEL INCHAUSPE
Leva en la mirada oscura, navega
el pensamiento en la arruga del ceño, ceñida
como una vela al viento
la cabeza de Juan
en el perfil izquierdo de su cara.
La cabeza apoyada
sobre la mano derecha que rodea el mentón, el candado
del pelo de la barba, la herida
de la boca encerrada bajo el bigote. Alta.
La mano alada eleva la cabeza, la alza
por encima del cuello,
del cogote —como él decía—
sin perder la elegancia, en la elegía
de una vieja conversación: cerveza santafesina
en la mesa de la amistad tranquila, la mesa clara
de Saer y de Juan, en otra foto.
Pero en ésta leva una luz. La luz
de una expresión infusa en los sesos, del peso
inexpresado de eso en la mirada. No
el reflejo de un foco, ni el haz
que se astilla contra un cristal, detrás,
contra su nuca. No.
Una luz en la pupila, un punto iluminado, un asunto
rodeado de pura luz en la oscuridad de sus ojos. Algo
como el alma que no sabemos, el fuego que no inventamos,
el veneno vencido con el mismo veneno. Eso.
Misterio escayolado que en los huesos queda
y fulge en la osamenta su “furiosa estrella: Arturo,
el Centauro, la Osa....” nombres de fuego
dictados a otros hombres, dijo Juan. Acordado,
fiel
al eco de su voz, dijo: “Combate” y
“Trabajo”. Las palabras, de pronto, anclan
en su cabeza
donde la araña trama
la tela tensa del poema: “Que sea
la frialdad de los otros
lo que ha venido aquí
envolviendo mi cabeza,
empujándome.
¿Qué importa?”
¿Qué importa ahora
la cabeza de Juan, el medio cuerpo
en blanco y negro, el botón de la camisa,
la sortija de un mechón de cabello
apretado a la sien. Un recuerdo de él
en los diarios...?
(No vivió para eso sino para los besos, los labios
que fueron sueños, sudarios, mortaja fluvial de los sueños,
epitafios de tantos, Tuñón) :
“Todo arde”
Mi cuerpo solo en el desierto del colchón
donde siento que la muerte me abraza
más amorosamente que la vida. Para decir
estuve, estuve en tal pasión,
en tal recodo...
También, Juanele, el Juan
-para los íntimos- en esa fotografía
tomada por Courtalón,
sobre mi escritorio, me abrazaba
en su guía
como el faro que atrae a la tormenta,
y la ilumina, la enfrenta claramente
a los ojos. Esa luz. Y el despojo
de todo eso. La poesía, la vida. Aquello
de la creación que Saer definía como un complot: el lugar
donde se está montando una bomba.... Una bomba
montada en el corazón de una esquina
en la que Juan José te cuenta:
para escribir El limonero real tardé nueve años
y a Cicatrices lo escribí en veinticinco noches... Esa luz
que no luce, que vela la rebelión, la pelea
velada del cuerpo. El apareo
de ese goce que nace del roce fugaz, de la “rosa real
de lo narrado”. Como
cruzar a nado el vientre del Paraná
partido en dos por un trueno. Por
el filo calado del lamparón.
Y el ruido en el que se quema el río, es música....
(Esa luz, esa acústica. Un sonido abandonado al oído.
En el caracol del oído donde suena esa música. Esa
que no llegaba nunca y cuando llegaba
era seda acordada, cuerdas de un laúd magnífico. El oficio
y el arte, Juan)
Ahora,
roza la eslora de tu cara el fluir. Aflora
igual que el ahogado a otra orilla, el recuerdo:
y vive allí,
no en la mano amputada de aquel amor,
no en el abrazo de tu palabra camarada, sino
en el muñón enamorado de esa palabra.
Aquello
embelesado en la luz, atravesado por la luz
que leva en tu mirada, que navega
en esa luz primera y última: llama del ser
que fue de luz, ultimado
por ser de luz. Ahora
Se incendia
en la fugacidad de otra tarde, todo. “Todo
arde”, Juan. Porque esta hora
de decepción, que alimenta la rosa del porvenir
se pierde. No se besa. Se muerde
el amor. Se devora, se hurta, se harta. Se atiza
para morir de su fuego. Como el árbol del alcanfor, Juan.
Su llama no deja ceniza.
(Noviembre 2005, Mención de Honor Fondo Nacional de Las Artes, 2006)
(*) Concepción Bertone: Nació en la ciudad de Rosario (Santa Fe, Argentina) en 1947. Es poeta, ensayista y crítica literaria. Fue coeditora de la revista literaria CUADERNAS, junto con Armando Vites y Héctor Píccoli. Ha publicado: “De la piel hacia adentro” (poesía, Rosario 1973). “El vuelo inmóvil” (poesía, Ediciones la cachimba, Rosario, 1983); “Citas” (poesía, Ediciones bajo la luna nueva, Rosario-Buenos Aires, 1993); “Aria Da Capo” (Ediciones del Dock y Revista de Poesía La Guacha, Buenos Aires 2006); “Las 40” (Antología que reúne a tres generaciones de poetas vivas de la provincia de Santa Fe, en preparación editorial por la Universidad Nacional del Litoral). Ejerce la docencia transmitiendo su experiencia en el trabajo con la palabra poética, dicta cursos y seminarios sobre poetas argentinos e italianos. Reside en su ciudad natal.
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