viernes, 26 de febrero de 2010

Poemania Nº 231 - Bibi Albert

POEMANÍA



la manía del poema…

Hoja literaria de aparición virtual

Nº 231/2011





“Es necesario que el poeta se prodigue, con ardor, boato y liberalidad,

para aumentar el fervor entusiasta de los elementos primordiales.”



Filippo Marinetti














Poeta invitada: BIBI ALBERT (*)









Confesión

¿Lo que mata… es la humedad?

Me gusta la humedad.
Hay como un sentimiento
palpitante en lo húmedo,
un aliento de vida.

Me gusta la humedad en las miradas,
me gusta la humedad entre los cuerpos
y la sal florecida en las axilas.
Me gusta la que pone
sonrisas en mi pelo.
Y en mi cara, que agradece
el suspiro de las nubes.
Me gusta la humedad en los hocicos.
Y en las cocinas
donde aplaude por horas
la tapa de la olla.
Me conmueven los besos buceadores,
los pies que no borraron su memoria de charcos,
los espejos que revelan corazones dibujados
y hasta la fauna misteriosa que odia al sol.
El olor a tierra. Los zapatos
que recién en la lluvia se convierten en míos.

Amo mi nunca a secas soledad.

Y más que nada amo
la humedad de tu voz.
De tu voz envolvedora, hospitalaria,
secreta, escandalosa,
procaz, desnudadora
por la que mi mano podría deslizarse
hasta encontrar el ancla de tus miedos de hombre.

Me gusta esa humedad.
Lo único que queda de nosotros.








Retrato

Tenías una boca tan frambuesa
que parecía paspada para siempre.
Y una frente orgullosa
harta de inconformismos.
Y unos ojos
en los que el mar cargaba transparencia.
Y unas manos de nido
en que posabas suave tu gesto majestuoso.
Tenías un abrazo inexpugnable.
Tenías un perdón
guardado en el bolsillo de la angustia
con pelusas de espera para siempre.
Y ningún sueño.
Y te dolía el parto de tu risa.

No sabías jugar
al juego de la vida.

Se te notaba el ruego
que nunca pronunciaste
porque no es distinguido
soñar felicidad.
Se te veía el aura
reclamando,
tirándote del pelo.








La cuna

La cuna no descansa.
Inicia su vaivén de barco viejo
cuando no le pesamos más que un gato
y no para jamás.

Se convierte en un tren,
en un caballo,
en sexo manso y loco.
Nos mantiene
en el latido de los días,
en el compás de los relojes y el planeta,
en el vibratto
que no deja al corazón
desafinar su insomnio
ni desmayar la flor de su vigilia.
Nos atropella cuando lo necesitamos,
es aerosilla que nos cruza el precipicio,
carro de vuelta al mundo
si queremos
ver hormiga al gigante de los miedos.

La cuna no descansa.
Y hasta sabe ser brazos
-los brazos de mamá-
cuando creemos
que ya no le cabemos a la cuna
color rosa merengue de la melancolía.

Allí, entre esos brazos de mamá
sin edad, sin preguntas,
que nos mecen y mecen
con ternura infinita y sin apuro,
con el perfecto ritmo del perfecto consuelo,
tenemos aquel mínimo peso del principio
aunque sobren las piernas desmañadas
y se nos caigan de la falda los errores.

Tenemos todavía, en esos brazos,
no importa si palpables o de nube,
permiso de llorar hasta agotarnos
y quedarnos dormidos arrullados
por esa cuna que jamás descansa.






Caos de corazones

Amordacemos a los profetas
no sea cosa que cada día uno de ellos prevenga
una apocalipsis nueva.
Theodosio Andrés Barrios

No sea cosa que el fin del mundo,
no sea cosa que otro planeta,
no sea cosa.
Predicciones de bolsillo se cumplieron:
futurólogos del miedo
que nos saben convencer por dos monedas
y así hacemos lo posible por que ocurra
lo que menos queremos,
masoquistas disfrazados de corderos.

Yo predigo que el amor todo lo puede
y no te cobro nada, ni un abrazo
(aunque mal no vendría).

El amor sí que sabe.
Solamente tenemos que abrir el corazón
para que funde en él,
como un carozo tierno,
la luna del encuentro
en que crezcamos.








Todo bien

Tranquila, vos tranquila.
“Las bendiciones han sido concedidas”.
Hay dos dedos de amor en cada copa.
Está servido el día y canta el viento.

Tranquila, vos tranquila.
El sol ya te encontró
y le gustó tu casa.
Está pintando todo de ternura
aunque cuartee barnices y destiña
los gatos colorados de tus sábanas.

Tus ojos saben todo.
Dejalos escribir en la ventana.








Alfonsina y el dar

Dónde estos dedos rojos de aferrar lo inasible.
Cuándo la voz transida de ángel roto.
Cómo esta memoria sin cintura y sin lunas.
Qué si de amor se trata lo que nada se trata.
Quién regodearse de verdades truncas.
Cuánto el color del manto de abrigar esperanzas,
las que no necesitan
-para dejar de tiritar sudores-
más que a la primavera de sombrero
para siempres y nuncas,
para todos y nadie,
para tanto y tan poco,
para aquí, justo aquí,
en el medio del lejos,
para esto y aquello y tan ajeno
que yo
no estoy
ni para mí,
avisale avisame
que no venga.






Hijos del rigor

Si somos todos hijos del rigor,
¿el rigor de quién es hijo?

Durante nueve años,
cada mañana el grito.
Hasta que decidí ser terrorista
y los dejé
con una bomba de silencio.

Se les ensordeció por siempre la sordera.
Se les descuartizó la prepotencia.
Y, como eran sólo eso,
para reconstruir el hecho
no quedó ni el olvido.

Y fue incondicional mi libertad.








Batelera

Suena afuera, suena adentro,
suena dibujándome,
suena en silencio y a todo lo que da.
Suena cuando sueno,
suena cuando duermo,
suena ahora que quiero
escribir el poema de la música que suena.

Es mi canción olvidada,
recordada siempre,
la primordial, la que me hacía
navegar en el kayak
de los brazos de mi abuela,
la que me columpiaba
dándome una vuelta entera,
la que me invitaba
a girar y girar hasta caerme,
la del tempo punto santa rosa
de las bufandas que nunca terminaba,
la que nunca se apaga,
la que me calla,
la que canto limpiando,
cocinando, caminando, en el espejo,
la que me despierta
despacito, despacito,
sabiendo que no es bueno zamarrearme,
la que nadie conoce,
la que quizás nunca existió,
la que es sueño del cuadro
de la infancia que invento,
la que es mía.






Deriva

Desanclada, sí, amigo.
Es ésa la palabra.
Ando sin hacer pie,
sin detenerme un poco
y afirmarme
para adueñarme del rumbo
y de mis velas, de mi viento.
Como si me hubieran
hachado la mirada.
Maniatado los brazos.
Arrancado las braquias
a babor y estribor.
Desanclada la fe,
que con su ser de tul tiene bastante.
Desanclado el amor
que hace la plancha
desangrándose
entre los tiburones del olvido.
Es que confundo el ancla con la cruz
y pesa tanto
que no sé revolearla
hasta enganchar la nube
que me lleve a esquiar
sobre el espejo
donde verme gigante, en perspectiva.
Y de ojos azules de horizonte.
Y de coral el corazón
custodiando el tesoro
que no encuentro,
del que no tengo mapa,
pero que nadie tocará
hasta que yo ancle en mí,
y gane el juego.






Manipular con cuidado

Durante años y años me llenaron
el pecho de medallas.
Todas decían lo mismo: vos sos fuerte.
Tantas fueron
que se me amalgamaron en escudo
con el que nunca hice la guerra pero sí el amor
y es difícil ir al frente sin batalla
y el amor con escudo sale pero no vuelve.

Sin embargo, ni el ejército del No pudo conmigo.
Nada fue bastante obstáculo. Ni hubo mar que no cruzara
dividiendo las aguas con mis botas de atlante
ni pregunta sin red que me asustara.

Valiente, soy valiente -me decía-, no fuerte.
No soy fuerte, mírenme cómo miro,
cómo gritan mis hombros, cómo anegan mi risa
estos ojos de arroyo saliéndose del cauce
como un potro de sal huyendo del azufre.

Y me tallé en paciencia.
Y me forjé en sentencias y aforismos.
Y fundé propia biblia.
Y oxidé las cadenas del puente levadizo
para no ser princesa cautiva de mí misma.
Y seguí caminando, a través del sadismo
de los vientos que empujan o tacklean.
Y de todo mi cuerpo
me quedé con la intemperie de mis manos,
que saben cargar plumas incendiadas,
ser manantiales tibios
y torcerse en turbantes de atenuar
los golpes incesantes de la pena.

Y fui feliz, pecado imperdonable.
Felicidad chiquita pero mía, mi obra,
mi magia de reconocimientos e inventarios.

Hasta que halló una hendija la venganza
de los light de corazón.
Y mi fragilidad -la que clamaba, la que nadie creyó
porque condecorarme era mucho más fácil que escucharme-,
dejó su rol de enagua y me mostró desnuda,
mis medallas mentidas arrancadas, violadas,
boomerangs afilados degollando la fábula,
desangrando el espejo,
incrustando mis rosas.

Ahora, rota, jadeando,
latiendo el equilibrio en que ando sin bordes,
soy el vértigo y el miedo y el peligro.
Y también el abismo.






(*) Bibi Albert: nació en Buenos Aires (Argentina) en 1944. Autora, escritora y poeta. Licenciada en publicidad agregada de la Facultad de Letras de la Universidad del Salvador, descubrió a través de su profesión su vocación por la literatura. Tuvo grandes maestros en ambas disciplinas: Héctor Viel Temperley y Pocho Lapouble, respectivamente. Forma parte del Grupo Literario Pretextos, y es co-organizadora de su café literario mensual, y del Encuentro Anual Iberoamericano de Poesía “Reunión de Voces”. Editó el libro “Música y Letra” y participó de la antología “Ronda de Pretextos”, publicado en el año 2007. Reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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