POEMANÍA
la manía del poema…
Hoja literaria de aparición virtual
Nº 187/2009
“El habla común me parece la forma más
poética de expresarse. Me agrada escuchar
a la gente, me agrada sentir la precisión
con que la gente habla. Pero no creo imitar
el habla, yo trato de usarla”.
Luis Luchi.
Poeta invitado: JOSÉ CARLOS GALLARDO (*)
A imagen y semejanza
Dios está en todas partes, en los cuatro
redondos puntos cardinales. Tiene
su centro en las raíces del espino
para ser coronado humanamente.
A todas luces, como un cielo bíblico,
sale del infinito y se aparece
poniendo sus pies de altiplano
sobre las apunadas mieses.
Dios es muy pobre y vive en ranchos mudos
de barro que sostienen sus paredes.
Hace un hoyo en el suelo y se calienta
como un frío en cruz.
Luego, se muere.
Vuelve al polvo soñando
que fue polvo otras veces.
La muerte lo despierta, lo desnuda
y se lo pone frente a frente
para que el milagro perdido
de su existencia pueda verse.
Y resucita una mañana
para seguir omnipotente
a los cuatro redondos puntos
maternales de todos los vientres,
en las raíces indígenas
del semen
y en la pobreza disecada
del morir de la muerte,
antes de que Dios rompa su palabra
a mediados del siglo veinte,
¡su palabra infinita
como estas pobres gentes...!
Los desaparecidos
Muere un peón
y nadie echa de menos su ladrillo,
el andamio vacío como si le hubieran arrancado un agujero,
el plato con la fétida migaja del pan que se ha acabado...
Muere un joven
y nadie vio su muerte,
su oración bajo tierra,
su esqueleto
sin dientes,
sin los fémures quebrados...
Muere una madre en punto
y el hijo es una estéril
traducción,
una antorcha de veneno...
Muere un anciano
y no aparece
la huella de una cama,
el hospital
ni su radiografía de corazón tan grande...
Muere un pedazo de gangrena,
un libro
cuya tapa no inclina la cabeza,
una palabra exacta como un vector
o una mímica de arte abstracto...
Muere el sueño,
la sábana,
el boliche,
el sigiloso Documento de Identidad,
la madrugada a solas en la calle,
el timbrazo
como una sirena bajo la puerta derribada...
Mueren los pocos que quedaban.
Mueren
los que se anuncian con el corazón en voz alta,
aquellos que no hicieron cola en la peluquería
y tienen en el dedo una gota de metralla...
Muere conmigo aquella que me hizo
y va hacia su tumba con un duelo de pañuelo blanco...
Disponemos de un álbum nacional
con muertos llenos de fotografías,
¡un cementerio que ya tiene escrito
el epitafio desde el cual empiece a vivir la Historia!...
Eloísa, al lado
Ni siquiera el plenipotenciario diezmo de la migaja.
Había noches en que Pepe volvía con las manos
detrás de la guitarra, sin traer un duro
ni un pastel. Regresaba en un decrépito empujón
sin que pusiera en la almohada la yerra de una palabra.
Eloísa, como pavesa o ceniza
en estado de gracia, recogía
manchas de vino, borras, delatores
pañuelos, cáscaras metidas a recuerdo
de fantasía en abundancia.
La casa era la postal sepia de un día prometido,
el olor a humedad que ocupa el cuerpo de la nostalgia;
la llave colgada de su mancha; la ventana,
cubierta de polvo hecho tela metálica;
el plato en posición de tiro al blanco
y la guitarra en pie en la momia de la máscara.
Al fondo, los tres niños, deshilachas
y enredado ovillo de lana.
Por la forma precaria de llegar, ella sabía
cuánta dureza en sombra acumulaba.
Sin encender la lámpara, veía
la escena atormentada del retrete, el ritual
fosforescente del bicarbonato, el cansancio
del pantalón sobre la silla, el hueco
panteón en que se recogía la guitarra.
Pepe, en su escaso plenilunio,
maldecía, eructaba
y era un acorde o ascua la blasfemia
que caía envuelta en rayos sobre la cama.
Eloísa, sin media vuelta apenas, al borde
del abismo,
a su soledad y luto se abrazaba.
Esperanza para mañana
Acabo siendo punto de regreso:
vuelvo de pie sobre las aguas. Llamo
al suceso ignorado que me sigue
y voy andando, fantasmal, de horror
imantado y temiendo ser abismo,
hoyo seguido y cápsula servida.
Echo la voz sobre las aguas y hago
de faro catastrófico, de sueño
norte perdido entre otros signos bárbaros.
Persisto como brizna de aire a salvo
del furor y la sombra, y continúo
sucediendo el instante que inauguro.
Algo me lleva, me permite el vuelo
irracional, me erige sucedáneo
del milagro: acontezco —pavesa sin apoyo—
y no produzco mi hundimiento mismo
y voy, más ala que otras alas leves,
con la primera pregunta en el origen
ritual de mi aterrado ministerio.
Entonces
me envuelvo el cuerpo con un gesto
de horizonte vacío. Y allí espero.
Diariamente llego, me visito,
voy al lugar de mi naufragio y palpo
la solidez del agua, el hoyo firme
como si fuera el pedestal
ilusivo e inmueble de la nada.
Mujer en la arena
Recuerda un sueño prometido. Mide
un sexo en paz. Su piel se orienta
como reloj de sol. La ronda el aire
lleno de mano al horno. Se rodea
de foso indiferente. Es llama en polvo.
El mar bate un nordeste de saudades.
Y ella —tendida, untada de anestesia,
madera dulce— abraza el sol, lo amasa
y modela, ejercita su misterio.
Después, la arena se olerá en el hueco
de una mancha mojada de figura.
Mendiga dentro de la iglesia
Parece un orificio en la pared.
Vive desamarrándose de la columna,
cansada como un peso descendido
o una
eyaculación de sombra paleolítica.
No pide: aguarda.
Decrecida, tiene
un mínimo silencio en cada mano:
cuando alguien le echa una moneda, suena
su piel como una caries lastimosa.
Viste de negro, ropa sin sonido.
Su arancel es el tiempo, ¡la constancia
de memoria biográfica de los fieles asuntos!
Nadie la ve a salir ni entrar: habita
la permanencia,
y se la mira
como a una imagen más del templo,
una humedad que mancha todavía.
Cuando hay sepelios, se estremece,
remueve su honda tierra receptora,
y se hace más pequeña, imperceptible
gota de agua perdida, derramada
sombra sin sombra por el suelo frío.
A veces, mueve la mirada.
Y cae
una brizna de polvo desahuciado,
una molécula vaciada, un eco
de haber sido una vez lugar de tiempo...
La guitarra
Hasta la cama me seguía, un tono
grave y sacramental. El techo
tenía aguas puras de guitarra,
arañazos de vidrio negro, roncos
reflejos de corcheas alcohólicas.
Yo, arropado y metido entre dos rezos,
la escuchaba ganar su vida propia
y adivinaba algunas notas sueltas
como el que saca un dedo al aire
a ver
si llueve.
Fantasmal y cobre viejo,
mi padre se metía en la guitarra
como si dentro de ella
su sombra respirara, como si
fuese a sacar su alma en una cuerda.
Él tenía la vista en el silencio
y la luz encendía para oírlo.
El techo de mi cuarto
tenía círculos de sueño y aguas
de sonido esperpéntico.
Mi padre
tocaba a ciegas una luz de oído.
Yo me aprendía el eco de memoria,
el cuarto a oscuras, como si durmiera
sobre un olor
a madera temprana.
A la noche, mi padre se iba
del brazo
de la guitarra,
y le salían sones
de despedida
como una escalera
que recordase la última figura.
Yo amanecía a medianoche
como una partitura desvelada,
y escuchaba el fantasma de las notas
ir por los techos
bebiéndose las huellas de las aguas.
Acabar viviendo
A Jacinto Fuentes
Nunca amigo hecho fue de tanto tiempo
(de tanto encristalar la voz y la paciencia),
vino a vino pensado,
noche a noche tenido como sueño.
Nunca un amigo tuvo tanto techo,
tanto cuadro mirándome,
tanta verdad sufriendo por delante.
Yo nunca he sido así, tan alargado,
nocturna calle estrecha en que me sigo,
y nube sobre el hombro, como un líquido.
Nunca he sido de cuerpo,
físicamente soñador, y hablando.
Pero hablar como haciendo sueño,
como dejando un río y como cosiendo espigas
que dejan una luz por cada grano.
Pero poniendo luz como ladrillos
para poder andar por cada luna.
Pero poner la mano en el sitio de la sangre;
poder decir que el corazón es algo
que no se puede hacer con los latidos
y que es un mar cogido en una mano,
y sufrir como Dios, si aquí estuviera
hombre con hombre hablando de las cosas.
Nunca he llegado a ser pan a pedazos,
mano de nadie y menos por la espalda:
he tenido una muerte cubriéndome la vida,
he tenido una rosa tirada sobre la sangre,
he tenido allí un mar de veinte golpes
que me salían seguidos por la boca.
Y también tú, como una estrella, has puesto
agua de pan sobre mi triste labio.
Vamos a ver cómo se dice
vivir, y vida, y no vivir, y acabar viviendo,
y ser de pronto mostrador mojado
porque se me ha volcado, como un vaso, la vida.
(*) José Carlos Gallardo: nació en Granada (España) en 1925. En 1957 se trasladó a Argentina. Fue jefe de Cursos del Instituto Argentino de Cultura Hispánica y secretario de la Oficina Cultural de la Embajada de España. Periodista, conferenciante, novelista, ensayista, crítico de arte. Fue fundador y presidente del Aula de Poesía Española «Antonio Machado», en Buenos Aires. Publicó los libros de poemas: “Madrugada” ( Granada, 1946); “Hombre caído” ( «Noticia» preliminar por Antonio Aróstegui, Granada, Ediciones CAM, 1954); “Carta desarraigada a Blas de Otero” (Granada, 1956) ; “Mar que viene” (Granada, Colección El Zodiaco, 1956); “De mar en mar” (Granada, Colección de Poesía «Veleta al Sur», 1961); “Oda al Paraná” (Rosario, Argentina, Editorial Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, 1965, Colección Artes visuales); “Después del verano” (Arcos de la Frontera, Cádiz, Colección Alcaraván, 1965); “La hora angosta” (Carboneras de Guadazaón, Cuenca, El Toro de Barro, 1967); “Amor americano” (Madrid, Rialp, 1968, Adonais); “Piedra serena” (Madrid, Editora Nacional, 1970); “El tiempo y de la muerte” (con ilustraciones de Guillermo Gulland, Buenos Aires, 1970); “Los días que pasan” ( León, Provincia, colección de poesía, 1972); “Aparición de la alianza” (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1973, Leopoldo Panero); “La esperada transparencia” (Sevilla, Editorial Católica Española, 1973, Ángaro); “Juicio inicial al hombre” (Palma de Mallorca, Ediciones Cort, 1974); “Palabra en pena” (San Sebastián, Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa, 1976); “La edad del patio” (dibujos de Paco Izquierdo, Granada, Ayuntamiento de Granada, 1978); “El polvo de los desaparecidos” (Sevilla, Colección Aldebarán, 1978); “A la orilla del tiempo” (Buenos Aires, Ed. Rodolfo Alonso, 1978); “Dolor en cera” (Madrid, Colección Dulcinea, 1979); “Crónica de las postrimerías” (Rota ,Cádiz, Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos, 1980); “Alfabeto incendiario” (Barcelona, Víctor Pozanco, 1981, Ámbito literario); “Con arcilla en la voz” (Granada, Diputación Provincial de Granada, 1981, Genil); “Manifestación” (Talavera de la Reina, Toledo, Colección Melibea, 1981); “Jardín que sigue cerrado” (Granada, Universidad de Granada, 1982, Zumaya); “Ser a oscuras” (Aranguren,Vizcaya, El Paisaje Editorial, 1982); “Postdata previa” (prólogo de Antonio Hernández, «José Carlos Gallardo en su leyenda de luz», Cádiz, Diputación Provincial de Cádiz / Instituto de Estudios Gaditanos, 1983); “En segunda persona” (Valdepeñas (Ciudad Real), Ayuntamiento de Valdepeñas, 1983, Juan Alcalde); “Un aire imaginado” (Toledo, Ayuntamiento de Toledo, 1983); “Homilía del transterrado” (prólogo de Amalio García del Moral, Sevilla, Colección Vasija, 1983); “Memoria albaycinera” (Granada, Los Papeles del Carro de San Pedro, 1984); “Declaración jurada” (Granada, Ediciones A. Ubago, 1986, Ánade); “La soledad en fiesta” (Granada, Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada, 1986); “La otra luz” ( Jerez de la Frontera,Cádiz, Caja de Ahorros de Jerez, 1987); “Soledad sin soledades” (Buenos Aires, Libros de Hispamérica, 1989); “En la orilla la luz levanta vuelo” (León, Provincia, colección de poesía, 1989); “A los cuatro gritos” (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1990, Escritura de Hoy); “Figuras al aire libre” (Madrid, Colección de poesía Aguacantos, 1990); “Versos a la memoria de mi padre, aún vivo” (Burgos, Ayuntamiento de Burgos, 1991); “Prueba de página. De los pájaros vengo” (Cuenca, Ayuntamiento de Cuenca, 1992, Papeles del Júcar); “El agua fue en Granada” (Jaén, Ateneo Guadalquivir de Jaén, 1993); “La mano fuera de su funda” (Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1993); “La luz tenía sabor a hojaldre” (Murcia, Editora Regional de Murcia, 1996, Poesía); “Concierto para una sola cuerda” (precedido de Carlos Baos Galán, Todavía naciendo, Cartagena Murcia, Fundación Emma Egea, 1997); “Los dominios prestados” (Tafalla ,Navarra, Fundación María del Villar Berruezo, 1998, Col. de poemarios María del Villar); “De casidas y otros perfumes” (Las Palmas de Gran Canaria, Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 1999); “Nunca pude decirte adiós” (1956/1999, Granada, Ayuntamiento de Granada, 1999, Granadas); “Epitafio para el siglo que viene” (en Premio Nacional de Poesía «Ciudad de Purchena» 1997, 1998 y 1999, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 2001). También editó varios libros de narrativa y ensayos. Murió en octubre de 2008.
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